Conservación del patrimonio
Sevilla se reencuentra con Roma
* La restauración que la Gerencia de Urbanismo y Medio Ambiente está realizando sobre las tres columnas de origen romano de la calle Mármoles es una magnífica oportunidad para descubrir el verdadero origen e historia de estos elementos monumentales, salidos en el siglo II d.C. de la misma cantera egipcia que abastecía las construcciones del foro romano y traídos primero en barcazas por el Nilo y después por el Guadalquivir hasta la ciudad misma
15/08/2021
La historia de Sevilla está jalonada de episodios que ponen de manifiesto la condición de ciudad estratégica de la que ha gozado tantas veces y que ha determinado claramente su devenir y su desarrollo. Anudada de forma indisoluble al río, este factor geográfico ha condicionado claramente su evolución, marcando incluso el compás de la relación de Sevilla con el mundo a lo largo de muchos siglos.
Baetis, Wadi al-Kabir, Al-Kabir, Guadalquivir…. el río de Sevilla es indudablemente el hilván que ha cosido su historia, determinando primero que en sus vegas se produjeran los primeros asentamientos que consolidarían más tarde el emplazamiento definitivo de la nueva urbe, y dirigiendo a través de los tiempos las relaciones comerciales que la convirtieron en la ciudad trascendental que fue en tantos momentos de su memoria.
Por el río arribaban a la península las mercancías del nuevo mundo. Su cauce sinuoso fueron los brazos que depositarían tantas riquezas y que encumbrarían a Sevilla como centro económico y neurálgico del viejo continente en los primeros siglos de la Edad Moderna.
Mucho antes de entonces, desde los albores de nuestra era, el río también propició que Sevilla fuera y tuviera lo que tuvo y fue en esa época. Como Puerto y Puerta marcó la diferencia con otras urbes y fue el sostén de sus lazos comerciales y elemento clave para que aquí confluyeran muchas vías de transporte y de comunicación con la todopoderosa Roma de los primeros siglos después de Cristo. Gracias al Baetis la Bética se convirtió en el mayor exportador de aceite de todo el imperio. Entre los siglos I y III d.C., millones de ánforas cargadas del oro verde que se producía en su valle viajaron en naves romanas desde Córdoba por sus corrientes hasta el Atlántico, para distribuirse a partir de ahí a todo el imperio occidental.
Integrada en el selecto club de las culturas surgidas en torno a los grandes ríos y en contacto con el mar, Híspalis, como ciudad puerto fluvial, llegó a ser por entonces una gran potencia comercial, gracias a la exportación de productos agrícolas.
Al calor de ese estatus y alumbrada por el esplendor del imperio romano que se evidenciaba sobre todo en Itálica –primera urbe fundada más allá del territorio italiano cuyo nivel de desarrollo la identicarían como una pequeña Roma-, Híspalis experimentó un proceso de crecimiento urbano que tendría su reflejo sin duda en las estructuras portuarias, pero también en el trazado de sus vías y, de manera especial, en las construcciones que empezaron a prodigarse como símbolos de ese poderío. Casas palacio de bellos patios porticados y habitaciones con mosaicos, basílicas imperiales, templos, foros, teatros, anfiteatros … salpicaban las calles de la vetusta Sevilla romana. A buen seguro que los emperadores Trajano y Adriano, nacidos en su seno, la favorecieron y quisieron encumbrarla con edificios dignos de su condición y porte.
Como era norma en las ciudades romanas, la trama urbana se organizaba en torno a un eje principal en dirección norte-sur identificado como cardo máximus, que en el caso de Sevilla iría desde la Encarnación hasta las calles Abades y Guzmán el Bueno, y otro con orientación este-oeste, denominado decumano mayor, que discurriría entre las actuales calle Águilas y la Plaza del Salvador. En torno a las calles Bamberg y Argote de Molina pudo estar ubicado el foro republicano, aunque también existe documentación que lo sitúa entre el Salvador y la Plaza de la Alfalfa. Queda claro la gran significación que toda esta zona tuvo en época romana.
Aquel pasado esplendor apenas lo reflejan hoy un puñado de restos. Los que se conservan en el Antiquarium de los sótanos del complejo Metropol-Parasol en la Plaza de la Encarnación, junto con los de una antigua cisterna romana en la Plaza de la Pescadería y los pertenecientes a una galería subterránea de la calle Abades, son junto con tres monumentales columnas ubicadas en la calle Mármoles, las escasas huellas romanas que hoy perduran.
Las columnas de la calle Mármoles a lo largo de la historia
Pocos restos en la ciudad han levantado y siguen levantando tanta controversia científica como estas tres columnas y el par de la Alameda de Hércules. Y es precisamente este último héroe mítico al que se ha relacionado tradicionalmente con la existencia de las de la calle Mármoles, al adjudicarle la advocación de un supuesto templo con seis columnas al que la leyenda dice que pertenecieron. La verdad es que ningún dato estrictamente arqueológico fundamenta esta adscripción salvo la propia tradición.
Pero entonces, ¿cuál es el origen de estas piezas?
Minuciosos estudios realizados apuntan a que efectivamente pudieron pertenecer a un templo auspiciado con seguridad por el emperador Adriano en el siglo II d.C., y que estaría en el entorno del antiguo foro de la ciudad. Las columnas formarían parte –puede que junto alguna más desaparecida- de su pórtico, tal y como se deduce por las huellas de los canceles advertidas en sus basas de mármol, de procedencia local.
Marca de los antiguos canceles del templo romano primitivo sobre la basa de una de las columnas
A juzgar por sus dimensiones y la altura de sus fustes de cerca de 9 metros, debió tratarse de una construcción de gran relevancia. No es sólo este detalle el que invita a pensarlo, sino sobre todo la procedencia del granito del que están compuestos sus fustes, nada más y nada menos que de origen egipcio, extraído exactamente de la cantera de propiedad imperial del Mons Claudianus, la misma que abasteció las construcciones graníticas del foro romano. Explotadas inicialmente en época del emperador Claudio, fue precisamente en el siglo II cuando adquirieron su máximo apogeo, justo cuando salieron de ella las tres columnas de la calle Mármoles.
Conducidas a través de los 90 kilómetros que separan la cantera egipcia en la que fueron construidas hasta el río Nilo, fueron llevadas por éste en barcazas independientes hechas ex profeso para transportarlas hasta su desembocadura, en el extremo sureste del Mediterráneo. Una vez allí recorrerían en barco este mar y atravesarían el estrecho llegando hasta el Atlántico y las puertas del mismo Baetis. De nuevo fue el río lo que hizo posible que llegaran finalmente hasta Sevilla, evidenciando una vez más que era la arteria principal para el transporte tanto de productos autóctonos como de elementos culturales llegados de fuera.
Cuál no sería el esplendor y la posición de que gozaba Híspalis en el imperio romano para que el emperador Adriano ordenara todo este periplo pleno de dificultades para traer hasta aquí estas extraordinarias columnas, equiparables en ostentosidad y casi en altura a las del mismísimo Panteón de Roma.
Columnas de la calle Mármoles, cuyos fustes miden 8,8 metros | Columnas del Panteón de Agripa, en Roma, de 12 metros de altura |
Como parte del primitivo templo romano para el que fueron construidas, se mantendrían junto a otros restos del mismo hasta el siglo VI, momento en el que se produjo un plan de reformas en el entorno que propició su traslado y reutilización en la construcción de una basílica episcopal que se sabe fue levantada en esas fechas en la calle Mármoles, obedeciendo a la importante cabecera de territorio y sede episcopal que era Sevilla por aquel entonces. El nuevo edificio contaría con una fachada monumental en la que se reaprovecharían las tres columnas heredadas.
Los siguientes datos históricos nos sitúan exactamente a mediados del siglo XIX, cuando las autoridades de la época las descubren enterradas unos cuatro metros en el interior de una casa de la calle Mármoles. Considerados restos romanos de importancia prioritaria, suscitaron a partir de entonces intereses diversos llegando incluso a plantearse su utilización en un monumento a Fernando III, idea más tarde descartada. Finalmente, el ayuntamiento terminó comprando la finca que las incluía –correspondiente al número 1 de la calle Mármoles- en 1885 comenzando su derribo y posteriores estudios arqueológicos un año más tarde. Sin embargo, ninguna actuación de consideración llegaría a ejecutarse en este enclave durante las siguientes décadas, produciéndose una situación de provisionalidad y precariedad que convertiría al solar en un paraje marginal y abandonado, con las columnas acuñadas contra las casas y poco valoradas.
El paisaje alrededor cambiaría en 1960 con la reconstrucción de una casa en la calle Aire nº 5 adyacente a la parcela donde se ubican las columnas, obra que acaba por propiciar que se descubran por completo sus fustes y basas y que se construya un sistema de muros de contención, ordenando el área como jardín.
Proceso de recuperación de los fustes y las basas, acordado en 1960 por el propietario de la casa de la calle Aire,5 con el Ayuntamiento a cambio de una parte de la parcela |